lunes, 3 de octubre de 2011

ÁREA ESPIRITUAL


LA PALABRA DE DIOS, FUENTE DE ORACIÓN





En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. (Jn 1, 1.14)

El Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Post-sinodal Verbum Domini, nos habla de la necesidad de acercarnos a la Palabra de Dios: la fe cristiana –dice el Papa- no es una «Religión del Libro», el cristianismo es la «Religión de la Palabra de Dios», no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo. Por consiguiente, la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios en el seno de la Tradición Apostólica de la que no se puede separar (cfr. Conc. Ecum. Vat II. Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 10).

En nuestra oración,  hablamos, pedimos, rogamos, pero… ¿cuándo dejamos que Él hable?
Habla, Señor, que tu siervo escucha –dice Samuel al escuchar la voz de Dios- (cfr. I Sam 3, 10). Samuel escuchaba la voz del Señor, pero no distinguía, pues no le conocía y cuando le conoció lo amó.

Cristo llama a tu puerta, te quiere hablar… Es Cristo que pasa… loco… loco de amor. ¿Abrirás las puertas de tu alma para que Él habite en ti? Dómine, dubi habitas – ¿Señor en dónde habitas?-.

La Palabra de Dios nos lleva a valorar la exigencia de vivir conforme a la  ley inscrita en el corazón (cfr. Rom 2, 15; 7, 23), dando a los hombres a capacidad de superar su egoísmo para entregar su vida como un servicio a los demás. Esa ley inscrita no es más que vivir en la libertad de los hijos de Dios. San Josemaría nos recuerda que el Señor murió clavado en la cruz por tus pecados –los míos también-, para que viviésemos in libertate gloriae filiorum Dei –en la libertad y la gloria de los hijos de Dios-. Él ha dado la vida por ti, y tú… ¿qué haces por Él?

Propone el Santo Padre, acudir a los santos, “rayos de luz que salen de la Palabra de Dios”, en los que vemos el ejemplo vivo del que hace la Voluntad del Señor, del que ora con su Palabra. Que nuestra vida sea como la  de los santos. Ya nuestro Señor nos dice que su alimento es hacer la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre Dios. A veces, la vida nuestra, puede estar cargada de contradicciones y problemas que encuentran su sentido en la confianza a Su Palabra «Su misericordia llega a sus fieles, de generación en generación» (Lc 1, 50). San Pedro nos enseña a tener confianza en Él: -Maestro, hemos estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero sobre tu palabra echaré las redes. (Lc 5, 5), confianza en Dios que se manifiesta en su Palabra.

San Juan Crisóstomo en el Siglo IV nos exhorta: “¡Leamos con mucha atención las Sagradas Escrituras divinas! Alcanzaremos su verdadera comprensión si nos dedicamos siempre a ellas. No es posible, en efecto, que quien muestra gran cuidado y deseo de conocer las palabras divinas se quede en la estocada” (Super Gen XXXV, 1-2). Es decir, quien quiere conocer más de cerca a Jesucristo en la Palabra de Dios, no puede quedarse con el sentimiento solo, sino que se siente atraído a transformar su vida.

San Josemaría Escrivá de Balaguer nos dice: “«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios», dijo el Señor. ¡Pan y palabra!: Hostia y oración. Si no, no vivirás vida sobrenatural.” (Camino, 87)

Amar la Palabra de Dios, sobre todo, en la Santa Misa, meditando despacio lo que el Señor nos quiere decir, practicando la Lectio Divina o lectura orante de la Palabra de Dios. La oración es el fundamento sobre el cual se construye el edificio de la vida espiritual, más aún si brota de la fuente, la Sagrada Escritura. Sin la oración, la vida espiritual, como la casa edificada en la arena, se viene abajo por no tener en qué sostenerse. La Sagrada Escritura es Dios mismo que nos habla y que nos llama a cada uno por su nombre, por nuestros nombres.

Si no podemos amar lo que no conocemos, esforcémonos, pues por conocer más profundamente a Cristo en la Sagrada Escritura, meditando en su Palabra, diciendo con San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Señor, queremos tratarte, queremos amarte y por eso, queremos alimentamos de ti, en el Santísimo Sacramento y con tu Palabra.

San José nos enseña con su ejemplo, a hacer lo que Dios nos diga en su Palabra, en nuestra vida diaria, hacer vida lo que celebramos, lo que leemos, lo que oramos: en nuestro estudio, en el trabajo de cada día, sin hacer cosas raras, en lo ordinario, haciendo de ello, una ofrenda agradable a Dios.

Tengamos el mismo atrevimiento que tuvo aquél santo al decir en la Comunión Espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción, con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos. Yo también quiero, Señor,  quiero conocerte, tratarte y amarte.

En la cumbre de la jerarquía de los ángeles y los santos está la Santísima Virgen, que nos enseña, que  sentía un profundo amor a la Palabra de Dios, evidente en el Magníficat. Ella, la Inmaculada, la que guardaba las Palabras del Señor en su corazón, nos enseñará a ir hacia Él para que nosotros también podamos adorarle, –como decía Santo Tomás de Aquino en el Adoro te devote-, viendo su rostro ya no oculto, seamos felices viendo Su gloria.

Autor
Seminarista José Sanchez Carranza. 

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