martes, 25 de octubre de 2011

ÁREA ESPIRITUAL

El Santísimo Sacramento del Altar



Adoro te devote, latens Deitas… -Te adoro con devoción, Dios escondido- Así comienza uno de los Himnos que Santo Tomás de Aquino compuso en honor al Santísimo Sacramento del Altar, y con esto, compartimos hoy, querido lector, una breve reflexión de la grandeza del Misterio del Santísimo Sacramento del cual siempre nos quedaremos cortos.

Scott Hann, en su libro la Cena del Cordero, nos habla ya, de la figura del Apocalipsis, en toda la Santa Misa. ¿Es que no te das cuenta? Es la acción de Dios más sublime y majestuosa. ¿Pides un milagro? Lo tienes… todos los días, cuando Jesús se hace presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, todo Él, más indefenso que en Belén, en las manos del Sacerdote en lo que parece pan, pero no es pan, el Cáliz en lo que parece vino, pero no es vino, que ofrece pro multis –por muchos-. Se entrega como Comida que da vida espiritual por ti y por mí. Nos ama y nos llama. El mismo que convirtió el agua en vino en las bodas de Canaán, el que alimentó a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, del que habló San Juan Bautista. Dios mismo se anonada para que tú y yo aprendamos a ser humildes, y saber que necesitamos de él.

Imagínate que tuvieras delante de ti a Jesús, siendo visible para ti corporalmente… Qué le dirías? Estoy seguro que le darías gracias por los beneficios que has recibido de sus manos generosas… le pedirías por un familiar o un amigo que no anda en muy buen camino… le contarías tus penas y tus alegrías… Acude a Él, que está presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Señor, tú me das todo y yo…
¿Te entrego quince minutos al día al menos para hablar contigo, de Ti y de mí, de lo que me preocupa? Iugum meum suave est –mi yugo es suave-, dice el Señor, descarga en Él tus preocupaciones. Él siempre te espera en el Sagrario, esa “cárcel de amor”, en la que Jesús mismo, el Rey de reyes y Señor de señores te espera y quiere transformar tu vida para que vivas con la alegría del que se sabe hijo de Dios.

Digámosle como el Ciego de Jericó: Domine, ut videam! –Señor, que vea-. Que vea lo inmenso que es tu amor para con nosotros, que te has querido quedar acompañándonos hasta el fin del mundo.

Santa Catalina de Siena dice que en el momento en el que se da la Consagración cuando el Sacerdote impone las manos sobre las especies de pan y vino, y pronuncia las Palabras de Cristo en la Última cena, el cielo se abre y los ángeles bajan y se postran rostro en tierra para adorar a Jesús, que se hace presente por el Espíritu Santo.
Los ángeles constantemente hacen la corte a Jesús en el Santísimo Sacramento. Los saludos que los fieles que pasan frente a las iglesias recordando con la señal de la cruz o bajando la cabeza en señal de profundo respeto y delicadeza con nuestro Señor, pequeños gestos que le agradan, gestos que demuestran nuestro amor hacia Aquél que nos amó primero.

Y… cuando comulgues en Misa, no te olvides que en ese momento te conviertes en un sagrario. Dios está dentro de ti, todo Él, contigo. Dile lo que quieras. Por eso, es tan importante la acción de gracias después de Misa. Diez minutos, agradécele al Señor que está dentro de ti, el Pan de la vida, -díselo- mi Amor, mi Dios, mi Luz, mi Todo.

En nuestro país vecino, Guatemala, hace ya algún tiempo hubo un fraile franciscano, pequeño en estatura, pero grande en corazón, que todos los días visitaba a nuestro Señor en el Sagrario en donde encontraba su fortaleza y alegría para ayudar al más necesitado. Para la fiesta del Corpus Christi, El Obispo de aquél entonces, Mons. Castellanos y Monroy, llevaba al Santísimo Sacramento en la Custodia por las calles de la Antigua Guatemala, bajo el suntuoso palio, muy digno de nuestro Señor. La procesión era magna y se entonaban alabados y vivas a nuestro Señor, las gentes se arrodillaban en las calles de la empedrada ciudad, de pronto… la procesión se detuvo… y es que enfrente de la Iglesia Catedral un hombrecito se puso a bailar, y le cantaba al Santísimo. Nadie se rió de él, pues hacía recordar al rey David frente al Arca de la Alianza. Ese hombrecito era el Santo Hermano Pedro de San José de Bethancourt.

Tú y yo haremos el propósito firme  de comulgar más frecuentemente, con el alma limpia, de hablar con el Señor aunque sea unos minutos a diario y en una hora fija y… si no sabes hacer oración, dile: Señor, que no se hacer oración y en ese momento ya la estás haciendo. Señor, estoy cansado. Estás haciendo oración. 15 minutos sólo para Él. 

Pidamos a nuestra Madre Santísima, la Virgen María, en el mes del rosario, que nos haga crecer en amor a Jesús Sacramentado, a apreciar la grandeza del misterio, en honor al cual fueron compuestos muchísimos himnos y cantos a lo largo de la historia de la Iglesia y que nos obtenga la gracia de verle, finalmente, ya no oculto en la Hostia, sino cara a cara para adorarle con sus Ángeles y sus Santos por los siglos de los siglos.


 Autor 
Seminarista José Sánchez Carranza

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