Muchos,
por no decir la mayoría de los cristianos, nos hemos preguntado más de una vez
en nuestra vida cómo poder ser santos y así poder ser verdaderos discípulos del
Señor, que en calidad de viadores o caminantes vamos por este mundo con la
santa tensión de hacer la voluntad de Dios nuestro Padre que es Santísimo.
Sin
embargo, una buena parte por no entender la manera como lograrlo se resignan a
no buscarla; otros consideran que es muy difícil y por ello es privilegio de
sacerdotes y religiosos; otros, que es algo pasado de moda y que requiere
demasiado desprendimiento de los gozos de esta vida; y otros tantos, que es
algo que no va con ellos y por ello le son indiferentes. Pareciera que estoy
hablando de personas comunes sin religión, pero no es así, esto sucede en
nuestro ambiente cristiano y la respuesta es porque no hemos hecho nuestro lo
que nos dice nuestro Dios primeramente en el Antiguo Testamento:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Lev 19,18). O lo que nos dice en los textos más antiguos: “ser indiferente con el prójimo es una ofensa
a Dios”, por ejemplo en Gn 3,12; 4,9Ss.
Y en
el Nuevo Testamento nos habla de la santidad, en muchos textos; pero citando
algunos encontramos que nos dice: “Sed
santos como yo y mi Padre somos santos” y en otro pasaje: “nadie tiene amor más grande que el que da su
vida por sus amigos”.
Y es que nadie puede decir que ama a Dios si
está odiando a su prójimo, o como dice san Juan en: 1 Juan 4,20-21 “si alguno dice que ama a Dios pero aborrece
a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no
puede amar a Dios a quien no ve”. Verdaderamente la santidad está en el amor al prójimo, aunque
éste sea nuestro enemigo… Fácil es decirlo, lo sé, pero es la verdad. Sólo
cuando entendamos esto comprenderemos que la santidad es en cierta manera “fácil”
conseguir, y no tenemos porque andar buscándola en equivocadas o triviales
prácticas (como la de algunos que creyeron conseguirla viviendo en total
abstinencia; los llamados ebionitas que creyeron conseguirla en la total
pobreza; y finalmente los iluministas
que creían alcanzarla en la sola contemplación) porque cualquier práctica que haga consistir la perfección o santidad cristiana en algo
distinto a la caridad o verdadero amor es falsa.
Esto lo debemos entender y tenemos que
convencernos que durante la historia de la salvación Dios lo ha venido
corrigiendo y aclarando…los santos lo entendieron y por eso se les ha declarado
santos. Sin embargo esto no quiere decir que los Dones que nos ha dado Nuestro
Dios en el bautismo y luego en la confirmación y las virtudes morales y
teologales que también nos ha dado Él, no tienen importancia; Sería un error
creerlo así, pues para comprobar la santidad de alguien la santa Madre Iglesia
necesita comprobar la existencia de las virtudes y los Dones consiguientemente
con su desarrollo en esa persona. Y es que el Señor mismo dijo: “Por sus frutos
os conoceréis” y es que, alguien que vivió según el Espíritu, ha reflejado la
santidad de Dios y los frutos del Santo Espíritu se han manifestado en él…
Finalmente
deseo decir que nuestra perfección cristiana consiste en terminar algo que
hemos comenzado; pues la palabra perfección viene del latín “perficere” que significa: hacer hasta el
fin, o hacer completamente algo. Así de este presupuesto se llega a hablar de 3
tipos de perfección:
·
La
perfección entitativa, que es la que posee todo
ser por naturaleza (perfección substancial) o sea, cuando está completo en sus
principios sustanciales según su naturaleza específica…
En la vida cristiana esta
perfección entitativa es la gracia. La cual recibimos en el bautismo y por ello
todos los bautizados somos santos ontológicamente.
·
La
perfección dinámica, que consiste en la
capacidad que tiene cada criatura para alcanzar su fin, mediante sus potencias
que son las virtudes y los Dones (aquí estrictamente son los Dones que el
Espíritu santo a infundido en nosotros).
·
La
perfección final, que es la que alcanza como
su fin la criatura…
Estas
tres perfecciones son llamadas por la teología espiritual de la Iglesia
católica: “perfección relativa” y sólo
las alcanzamos nosotros los hombres... En Dios se da sólo la perfección
absoluta…
Muchísimo
más podría decir de este tema tan importante, pero, si tu amado lector has
logrado comprender que la clave está en amar
al prójimo como a ti mismo y que has de desarrollar los dones y virtudes que
Nuestro Dios nos da para poder hacer lo primero, que es el amor al prójimo, me
sentiré útil y feliz porque habré podido iluminarte un poquito en esta búsqueda
de la verdadera felicidad…
Sem.: Lucas
Israel Góngora Mejía