MARIA:
MODELO DE FE Y SERVICIO, PARA LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN.
Hemos llegado al mes de
octubre, mes dedicado a la misión, mes del santo rosario y en esta ocasión con
un elemento que le da un realce aún mayor; como lo es, la gran apertura del año
de la Fe, propuesto por el Papa
Benedicto XVI.
Contemplar a María como
modelo de una fe viva y vivida al servicio de la nueva Evangelización. Al
conformar la Iglesia nos sentimos siempre amados y ayudados por la solicitud
maternal de Santa María. A ella le
invocamos como servidora y Mujer de fe.
Tener a la Virgen como
abogada significa considerar a la Virgen María como nuestra guía, dejarnos
conducir por ella escuchando sus palabras y siguiendo sus pasos: ella es la
mujer humilde que cree en Dios, que acoge en su seno virginal a la Palabra, el
Hijo de Dios, que le sigue como su primera discípula, que reúne a los cristianos en torno a su Hijo y que lo
ofrece a todos. Cuantas veces acudimos a la Virgen, ella no deja de decirnos
como a los novios de Caná, que se habían quedado sin vino: "Haced lo que
Él os diga" (Jn 2,5). María no sólo es la Madre que nos da a su Hijo, el
Hijo de Dios, sino que además es siempre camino que nos conduce y muestra a
Jesús, fruto bendito de su vientre.
No olvidemos que Cristo
Jesús es el centro, objeto y fundamento de nuestra fe. Es el único Mediador: Él
es el Camino para volver a Dios y a los hermanos; Él es la Verdad que nos
revela el misterio de Dios y nuestro propio misterio –el origen, el sentido y
la meta de nuestra vida-; y Él es la Vida en plenitud que Dios nos regala en su
cuerpo muerto y resucitado. Nuestra devoción a María es auténtica cuando
realmente nos conduce a la fe en Cristo y cuando descubrimos en Ella, la
primera discípula, el modelo perfecto de imitación y seguimiento de Jesús.
El cristiano que acude
a María, a la que ama y reza, pero no acaba de hacer de Jesucristo el centro de
su vida y de su fe, necesita descubrir a ese Hijo que tantas imágenes suyas nos
muestran en sus brazos. El cristiano que, atraído por María, no percibe la
necesidad vital de la unión con Dios en la escucha de su Palabra y en la
celebración de los Sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y la
Eucaristía, en la incorporación a la Comunidad cristiana en la celebración del
Domingo, en el testimonio de palabra y en el amor vivido a Dios y los hombres,
debe reconocer que su devoción a María es todavía incipiente: porque no acaba
de llegar al encuentro personal con Jesucristo, sentido definitivo de nuestra
devoción a la Virgen.
Ante el reto de la
nueva Evangelización hemos de redescubrir a María como lugar de encuentro
personal y comunitario con Dios en su Hijo Jesucristo y con los hermanos. Madre
del Hijo, María nos acerca a Jesús. Madre nuestra, nos une a todos. Hija del
Padre, la convierte en hermana nuestra. Mujer de este mundo, la hace cercana a
nosotros. Amada del Espíritu Santo hace de ella figura ejemplar de los
bautizados en Cristo, que acogen y guardan la Palabra, el Evangelio de la
salvación, y dan testimonio de palabra y por la fe hecha obras de caridad. Su
destino es también el nuestro.
Que la Virgen dirija
nuestros pasos durante el transcurso de este año de la fe.
Para meditar la palabra
del Señor:
Lc. 1, 39-45.
“En aquellos días, se levantó María y se fue
con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá, entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel aquel saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo, y exclamando con gran voz dijo:
Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno, y ¿de donde a mi que la
madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el
niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído porque se cumplirían las cosas que le
fueron dichas de parte del Señor!”