ÁREA HUMANA
La sociabilidad
Todos necesitamos de todos
“Una sola golondrina no hace
verano”, reza el refrán popular, para manifestar
en cierta manera, que la persona necesita de los otros para desarrollarse y
crecer, y a la vez, para ayudar a que otros se desarrollen y sean mejores
ciudadanos, compañeros, amigos y en última instancia, sean mejores personas.
Nuestra
sociedad actual se caracteriza por ser muy individualista, donde cada quien
hace lo que puede, quiere y cree que es conveniente para sí. La egolatría es la
nota que se considera como normal, olvidando que somos más felices y plenos
cuando salimos de nosotros mismos y vemos que hay otros que son un mundo con
mucha riqueza por descubrir.
La
virtud de la sociabilidad implica darse cuenta que las demás personas poseen
muchas virtudes y también defectos, pues no hay nadie que esté exento de ellos,
de los cuales se pueden obtener lecciones para la vida, y a la vez, ser consciente
de que uno mismo posee muchas cosas buenas, con las cuales se puede enriquecer
a los otros. Esta virtud tiene su base en el hecho de que toda persona es un
ser social, y que por naturaleza necesita de otros seres semejantes, “ella aprovecha y crea cauces adecuados para
relacionarse con distintas personas y grupos, consiguiendo comunicar con ellos
a partir del interés y preocupación que muestra por lo que son, por lo que
dicen, por lo que hacen, por lo que piensan y por lo que sienten”.
Salgamos
de nuestra caverna o burbuja, comuniquémonos con el otro, preocupémonos de sus
pensamientos y afectos, para que así podamos hablar el mismo lenguaje de la
sociabilidad. Si no existe este interés nos encerraremos en nosotros mismos y
en la mayoría de los casos hasta nos podemos volver antisociales y desagradables
para los que nos rodean.
Las
reuniones con amigos, excursiones y
paseos favorecen esta virtud. Practícalas y pasarás de ser un conocido a
la formación de una verdadera amistad.
Santos
López
Seminarista de Cuarto de Teología
ÀREA ESPIRITUAL
En busca del sentido de la vida
Cristo es la respuesta a tus más
altas aspiraciones
Quizá
estés en busca de encontrar algo o alguien que le dé sentido a tu vida, que
llene el vacío que hay en tú interior. Tal vez conoces muchas personas, tienes
numerosos parientes y no encuentras un amigo, un amigo de verdad, el amigo
soñado, con quien compartir tus penas y alegrías, en quien poder siempre
descansar, de quien confíes para todo y a quien tengas continuamente a tu lado,
ofreciéndote su apoyo seguro, alguien que te comprenda, que disculpe tus
errores que te oriente y le de solidez a tu vida.
“En el fondo, lo que nuestro
corazón desea es lo bueno y bello de la vida, no permitáis que vuestros
deseos y anhelos caigan en el vacío…
antes bien, haced que cobren fuerza en Cristo, Él es cimiento firme, punto de
referencia seguro para una vida plena” (Benedicto
XVI, JMJ 2011). Es otras palabras, Cristo es la respuesta a tus más altas
aspiraciones.
Cristo
te invita a su aventura de conquistar el mundo, llama a tu puerta, te espera en
el Sagrario, y algo más sorprendente, se encuentra en lo más profundo de tu ser;
ya san Agustín buscaba la Verdad fuera de sí, hasta que se dio cuenta que Dios
como verdad estaba en su interior. Él ha
venido del seno del Padre para ser tú amigo, ha elegido tú amistad, te confiesa
su amor semejante al Padre y te hace confidente de cuanto ha escuchado a su
Padre. Llega al mayor amor de dar la vida por ti, abriéndote su Corazón de par
en par.
¡Deja
que Cristo irrumpa en tu vida! Que Él lo sea todo para ti, busca agradarle a él
aunque te toque sufrir un poco, que estés dispuesto a cualquier cosa por
conseguir vivir de acuerdo a los valores propuestos por Él. Que aprendas a
acudir a Él, a hablarle en la oración, a
pedirle consejos e incluso que haga tú corazón semejante al suyo, para
sentir como Él, pensar como El, amar como El. Pídele ayuda para comenzar en
serio la amistad más bella, más profunda, más duradera que continuará por toda
una eternidad.
Seminarista de Cuarto de Teología
ÁREA INTELECTUAL
De corazón a corazón, el mensaje se transmite de
generación en generación
“Lo
que escuchéis al oído, gritadlo desde las azoteas” (Mt 10, 27)
Tantas
veces hemos escuchado que los Medios de Comunicación Social y las redes
sociales están al servicio del hombre y les une entre sí; sirven además, para
transmitir todo tipo de información de una forma eficaz, abrir nuevos espacios
y nuevas formas de convivencia. Este nuevo mundo cibernético se convierte en
las nuevas azoteas donde puede y debe ser gritado el mensaje de Cristo (Cfr. Mt
10, 27).
De
forma semejante a estos medios, los cuales son “inertes”, los cristianos estamos
llamados a ser transmisores “vivientes y eficaces” de un mensaje siempre nuevo que
hemos escuchado al oído en la intimidad de la comunidad cristiana y lo comunicamos
a nuestros hermanos, pues Jesús nos confía los secretos del Reino (Jn 15, 15),
para que hagamos correr la Buena Noticia. Noticia que abre al hombre posmoderno
nuevos horizontes, nuevos espacios, nuevas formas de convivencia y nueva vida
porque en Cristo se renuevan todas las cosas.
El
punto a resaltar es la interioridad del mensaje. En sentido contrario, cuando
este mensaje no llega al interior de cada hombre, es decir, aquello que es
secreto –la conciencia-, se convierte
en una simple información e imágenes que nada más embellecen nuestras páginas
en las redes sociales. Se trata, por tanto, de un mensaje que viene del Corazón
de Cristo, el cual lo susurra al corazón del hombre –de corazón a corazón- para que sea gritado a los corazones de los
hermanos.
Entonces,
podemos afirmar con certeza que el cristiano que escucha los secretos del
Reino, es el que interioriza la Buena Noticia cuyo contenido es Cristo mismo,
Palabra de Dios, lo cual le convierte en medio eficaz, portavoz que grita desde
las azoteas. Así pues, la pasión por transmitir el mensaje cristiano en las
redes sociales encuentra su secreto en la transmisión del mismo mediante la
vivencia de la fe y la interiorización de la vida de Cristo.
Manuel Cruz
Seminarista de Cuarto de Teología
ÁREA PASTORAL - MISIONERA
¿Cómo responder a la violencia
desde la fe?
Un reto pastoral urgente
La situación de
violencia que estamos viviendo a nivel social para nadie es un secreto, y a
nadie le debiera ser indiferente. Cuando vemos esas imágenes de personas
concretas calcinadas, brutalmente despedazadas, de personas emigrando de sus
humildes viviendas, obligadas por la violencia y el terror, nos horrorizamos y
nos invade un sentimiento de preocupación, de miedo y de impotencia… Y la
primera pregunta que surge es: ¿Existe alguna solución viable? También nos
preguntamos si esa es la protección máxima que el Estado puede brindar a los
ciudadanos honrados, y si realmente nuestras autoridades agotan todos los
recursos de ley que nos amparan y protegen. Nos sentimos confundidos y hasta
llegamos a pensar que nuestras autoridades se preocupan más de la protección de
los delincuentes que de las víctimas reales y potenciales…
La violencia es
un atentado contra la vida. Desde el principio, Dios se manifiesta contra la
violencia: "Yahvé dijo a Caín:
¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: No sé. ¿Soy acaso, el guardián de mi
hermano? Replicó Yahvé: ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a
mí desde el suelo. Pues bien, maldito seas" (Gén.4, 9-1 l).
Jesús rechaza
toda clase de violenta: "Vuelve tu
espada a su sitio, porque todos los que empuñan la espada, a espada
perecerán..." (Mt 26, 50-52). El Papa Pablo VI en la Evangelii
Nuntiandi decía que: "La Iglesia no
puede aceptar la violencia… Debemos decir y reafirmar que la violencia no es ni
cristiana ni evangélica" (n. 37).
¿Qué hacer ante
la violencia? Cada instancia tiene su propio rol. Solo por mencionar dos: el
Estado y la Iglesia. Al Estado le compete proveer los medios de educación y de empleo para que
una sociedad se desarrolle sana y en armonía; mantener el orden público, para
ello debe llevar a juicio a los delincuentes. Establecer leyes que al ser
ejecutadas les garanticen verdadera seguridad y protección a los ciudadanos nobles. Si la
seguridad es prioritaria para el desarrollo de una nación, pues, hay que
invertir en seguridad, si por ella se entiende una policía y unos jueces mejor
capacitados, y la creación de más y
seguras cárceles, etc.
La Iglesia debe
denunciar cuando existe negligencia o corrupción a la hora de aplicar la justicia.
Tiene también el deber de contribuir en la educación moral de los hombres y
mujeres de una nación. Debemos educar en la justicia y la paz. El Papa Juan
XXIII definió las cuatro condiciones esenciales para que pueda haber paz, y que
son un reto y todo un programa para nosotros los cristianos hoy:
a)
La verdad siembra la paz si cada persona reconoce
honesta y sinceramente los deberes y responsabilidades que tiene con los demás.
b)
La justicia siembra la paz cuando
practicamos el respeto a los derechos de los demás y cumplimos nuestros deberes
para con ellos.
c)
El amor siembra la paz cuando sentimos como
nuestras las necesidades y sufrimientos de nuestro prójimo y compartimos con
ellos lo que tenemos especialmente nuestros valores y dones espirituales.
d)
La libertad siembra la paz si actuamos de acuerdo
a la razón y asumimos la responsabilidad por nuestras acciones.
Alcides Alvarenga
Seminarista
de Cuarto de Teología
ASPECTO COMUNITARIO
Comprender al
prójimo
“Les doy un mandamiento nuevo, que se
amen los unos a los otros”
Muy pocas cosas son de tanta
importancia para la convivencia y crecimiento personal como el tener y el
desarrollar la capacidad de comprensión. Pues bien, comprender a alguien
significa conocer profundamente a una persona, como ella es realmente, en su
individualidad y singularidad propia. Quien comprende a otro logra tener acceso
a su intimidad para entonces captarlo desde dentro, como él realmente es. Esto
no significa, necesariamente, que para comprender al otro sea necesario que él
me muestre totalmente su ser, pues entonces la comprensión estaría condicionada
siempre a este factor. Es evidente que en la medida que el otro se me
manifieste tal cual es, uno podrá comprenderlo mejor. Pero esto no siempre es
posible pues existe en muchos el miedo de darse a conocer. Sin embargo, hay
otros caminos que nos pueden llevar a una mejor comprensión del otro, para
lograr ganarse su confianza (Dialogo, amistad, compañerismo, trabajo etc.).
Hay que aceptar que las demás
personas, como uno mismo, son un sujeto y no un objeto. Podemos caer en el
error de querer juzgar al otro basándonos en la propia experiencia, lo cual
resulta comprensible pero no justificable; por ello, debemos evitar clasificar a los demás en base a
nuestras experiencias propias, porque de esta forma es como “etiquetamos” al
otro, dejándonos llevar por pre-juicios, ellos nos impiden conocerlo realmente,
y en cierta medida llegar también a
comprenderlo. Esto exige ponerme en lugar del otro para conocerle, o sea, tener
empatía: esto no es lo mismo que la simpatía, pues simpatizar significa “sentir
con”, es coincidir afectiva o sentimentalmente. Y empatía es “sentir dentro”,
por ello es necesario “entrar en los demás” para poder comprenderles.
Esta es la invitación: a que
podamos comprender al otro, a ejemplo de Cristo: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros”. El
amor de Jesús es el signo en un verdadero discípulo y el gesto concreto por el
que muchos nos conocerán. Amar como Jesús es, sentir con sus propios
sentimientos de compasión y misericordia; actuar con las mismas disposiciones
de cercanía, ayuda y solidaridad.
Berne
Rivas
Seminarista
de Tercero de Teología
* La finalidad en este blog es compartir la vida comunitaria del seminario, pero también proporcionar temas formativos y de interés para todo tipo de lector. Estamos abiertos siempre a sus valiosos comentarios.
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