Roma, 09 abril de 2012
Muy queridos Padres y hermanos Seminaristas:
En la
alegría de Cristo Resucitado, les saludo muy afectuosamente, deseando para
Ustedes abundantes bendiciones del cielo. Que el Resucitado sea la respuesta a
nuestras esperanzas, la certeza a nuestra fe y la alegría cumplida a nuestras
ilusiones. Que la luz de Su verdad ilumine nuestras vidas y disipe las
tinieblas del pecado y del error.
Con
inmensa alegría, me es grato comunicarles que el próximo 14 de mayo (lunes 14 de mayo de 2012, a las
3:30 pm) seré ordenado Diácono junto con otros Seminaristas (Juan Antonio,
entre ellos), en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, aquí en Roma. Motivo
por el cual, les pido sus oraciones, a fin que Cristo, siervo y Señor nos ayude
a ser Sus fieles servidores y lo menos indignos posible para recibir su gracia.
Como
aquella tarde en la que llamó los primeros discípulos en la rivera del Jordán
(cf. Jn 1,38-39), hoy sigue llamando a quienes Él quiere (cf. Mc 3,13) para que
sean sus discípulos, sus amigos, sus íntimos. Nos llama para estar con Él y para enviarnos a predicar (cf. Mc 3,14). Es una llamada que implica
respuesta y ante la que no se puede permanecer indiferente. Un día también
nosotros hemos experimentado esa llamada y nos pusimos en camino en un
itinerario de formación, con la intención de responder a esa llamada que
creímos haber escuchado. Ahora, con la ordenación Diaconal, Dios mismo nos
confirma en nuestro propósito y la Iglesia acoge nuestra intención de
consagrarnos al servicio de Dios para el bien de las personas a las que seremos
enviados (cf. Hb 5,1-6). La vocación es,
pues, un don y un misterio – como diría el Beato Juan Pablo II –, un don porque
es inmerecido y aun así se nos ha sido dada, y un misterio porque nunca
alcanzaremos a comprender completamente el por
qué de nuestra llamada.
Con todo,
les pido nos encomienden en sus oraciones; les pido me encomienden de modo
particular, y, aunque no puedan estar físicamente aquí conmigo para celebrar
este grandioso día, les pido se unan a mí en oración y den gracias a Dios
conmigo por llamarme a esta aventura vocacional, de la cual también Ustedes
forman parte. Yo estaré rezando también por ustedes para que Aquél que ha
iniciado esta obra buena, Él mismo la lleve a término (cf. Ritual de Ordenaciones). Ustedes recen por mí para que pueda
vivir el ministerio como Dios lo quiere y la Iglesia lo necesita.
Me
despido de Ustedes, les saludo muy afectuosamente y espero pronto nos veamos de
regreso en El Salvador.
Sinceramente en Cristo,
Reynaldo Antonio Rivas
(Seminarista de la
Diócesis de San Vicente, EL SALVADOR)