jueves, 3 de mayo de 2012

Carta a los seminaristas


Roma, 09 abril de 2012
Muy queridos Padres y hermanos Seminaristas:
            En la alegría de Cristo Resucitado, les saludo muy afectuosamente, deseando para Ustedes abundantes bendiciones del cielo. Que el Resucitado sea la respuesta a nuestras esperanzas, la certeza a nuestra fe y la alegría cumplida a nuestras ilusiones. Que la luz de Su verdad ilumine nuestras vidas y disipe las tinieblas del pecado y del error.
            Con inmensa alegría, me es grato comunicarles que el próximo  14 de mayo (lunes 14 de mayo de 2012, a las 3:30 pm) seré ordenado Diácono junto con otros Seminaristas (Juan Antonio, entre ellos), en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, aquí en Roma. Motivo por el cual, les pido sus oraciones, a fin que Cristo, siervo y Señor nos ayude a ser Sus fieles servidores y lo menos indignos posible para recibir su gracia.
            Como aquella tarde en la que llamó los primeros discípulos en la rivera del Jordán (cf. Jn 1,38-39), hoy sigue llamando a quienes Él quiere (cf. Mc 3,13) para que sean sus discípulos, sus amigos, sus íntimos. Nos llama para estar con Él y para enviarnos a predicar (cf. Mc 3,14). Es una llamada que implica respuesta y ante la que no se puede permanecer indiferente. Un día también nosotros hemos experimentado esa llamada y nos pusimos en camino en un itinerario de formación, con la intención de responder a esa llamada que creímos haber escuchado. Ahora, con la ordenación Diaconal, Dios mismo nos confirma en nuestro propósito y la Iglesia acoge nuestra intención de consagrarnos al servicio de Dios para el bien de las personas a las que seremos enviados (cf. Hb 5,1-6).  La vocación es, pues, un don y un misterio – como diría el Beato Juan Pablo II –, un don porque es inmerecido y aun así se nos ha sido dada, y un misterio porque nunca alcanzaremos a comprender completamente el por qué de nuestra llamada.
            Con todo, les pido nos encomienden en sus oraciones; les pido me encomienden de modo particular, y, aunque no puedan estar físicamente aquí conmigo para celebrar este grandioso día, les pido se unan a mí en oración y den gracias a Dios conmigo por llamarme a esta aventura vocacional, de la cual también Ustedes forman parte. Yo estaré rezando también por ustedes para que Aquél que ha iniciado esta obra buena, Él mismo la lleve a término (cf. Ritual de Ordenaciones). Ustedes recen por mí para que pueda vivir el ministerio como Dios lo quiere y la Iglesia lo necesita.  
            Me despido de Ustedes, les saludo muy afectuosamente y espero pronto nos veamos de regreso en El Salvador.
Sinceramente en Cristo,
Reynaldo Antonio Rivas
(Seminarista de la Diócesis de San Vicente, EL SALVADOR)